3 - Amanecer de la Aurora
Recuerdo perfectamente los tiempos de mi
niñez en los que tras la ventana del coche de mis padres pude vislumbrar el
monte Efesio, situado a 100
kilómetros al sur de nuestra ciudad.
No era el más alto ni el más llamativo de
los espectáculos naturales en los alrededores de la región, pero una punta de
vegetación en su pico llamaba la atención como prodigio poco corriente. Cuando
en el resto de sus compañeros geológicos la vegetación se extendía por sus
abigarradas lomas dejando las rocosas puntas superiores al descubierto, Efesio
exhibía todo lo contrario… construido por robustos peñascos de granito mostraba
al paraje una sobriedad salpicada de exotismo… eso fue lo que me atrajo y deseé
con todas mis fuerzas visitarlo algún día.
Pocos años después, ya en la juventud de
mi vida, ocurrió la segunda gran guerra, en la que serví como soldado, hice
grandes amigos allí, y todos murieron, conocí una enfermera en el hospital de
campaña, y murió de una infección en la sangre, mis padres eran mayores, y
cuando volví a casa con 25 años note en mi los años de una lozanía perturbada
por el horror, y en ellos la voz de la experiencia que se volvía ronca y
enquistada por una vida cómoda y conformista, como inmersos en una nube de
algodón. Mis padres se negaban a ver ciertos aspectos de la realidad que tenían
que ver en el sufrimiento de nuestra nación encarnado en mis ropas arrugadas y
rotas, eso fue lo que me llevo a querer vérmelas con el monte y a soñar con un
viaje a su escalada.
No conocía a nadie que lo hubiera subido,
y los pocos rumores que me llegaban de los que lo habían ascendido, no
satisfacían mi inquietud sobre que podía esconderse en su magnética estructura.
Y de todas maneras, contra los comentarios
de extrañeza de mis amigos, arranqué el coche una mañana de sábado para
adentrarme primero en el bosque de Azelio, después una zona en la que las conglomeraciones
rocosas se agolpaban en el paisaje, y por fin una región boscosa en la que se
diseminaban algunos montes solitarios en desigual imagen.
Aparqué mi coche en un lugar de fácil
acceso y almorcé lo que me había traído. La distancia hasta las faldas del
monte era más larga de lo que imaginaba, por lo que estimaba llegaría a la cima
ya bien entrada la noche. Al rato cargué mi mochila y me dispuse a caminar
tranquilamente hacia Efesio, impregnándome de la atractiva estela que emanaba
aquella antigua estructura de granito y vegetación.
A eso de las 20 de la tarde ya subía las
faldas del monte y empezaba a caer el sol, hacía buena temperatura de momento,
pero en unas horas caería hasta 10 grados menos por lo que llevaba un abrigo de
plumas en el macuto para soportar aquella madrugada que pensaba pasar en la
cima meditando y observando el firmamento.
Ya entrada la noche mientras caminaba
escuché entre unos matorrales un ruido animal, pero parecía que algo salía
corriendo, asimismo en lo oscuro de la penumbra nocturna comprobé que no estaba
solo… a parte de la luz de la luna llena varios ojos me escudriñaban detrás de
los matojos y un gruñido de fiera me asaltó… pronto se hicieron visibles, era
una manada de lobos acercándose y babeando… el terror me sobrecogió, pero eso
era una fachada de mi persona… la otra, curtida en las batallas de la segunda
gran guerra afloró cogiendo valor e imitó los sonidos de tales criaturas,
obviamente estas solo se agitaron más en sus ladridos y se acercaron a mi
perímetro. Yo, llenándome de inimaginable ferocidad decidí enfrentarme a ellos
mirándolos a los ojos, de esta manera corrí veloz hacia ellos y los animales
parecieron espantarse, me apresuré unos cuantos metros más tras ellos hasta mi
extenuación y me dio la impresión de que los lobos habían desaparecido. Yo me
había alejado del camino, estaba perdido… mi sentido de la orientación es
bueno, por lo que intuitivamente retrocedí mis pasos hasta el sendero dejado,
pero algo había cambiado, el paraje era distinto esta vez… se mostraba en la
noche un escarpado barranco que debía escalar, pues claramente era el único
paso posible hacia la cima. Sin pensarlo dejé la mochila junto a una roca y
escalé veloz el semi empinado precipicio hasta llegar a la cúspide después de
20 minutos de angosta ascensión
Y al llegar al monte sentí
inexplicablemente una rabia ilimitada, caminaba buscando a mí alrededor alguna
piedra suelta a la que dar una patada que expulsase mi violencia, y que no
destrozara mi cansado pie, pero me encontraba en un lugar limpio de obstáculos,
como si fuese un templo de silencio y una plataforma de profunda e impenetrable
naturaleza.
Me senté en el suelo y dejándome caer me
tumbe boca arriba para vislumbrar las lejanas estrellas de esa madrugada.
Creí contar una a una las piezas del
majestuoso pero aplastante espectáculo
que divisaba desde el suelo terreno, aquella visión me daba una impresión de
romanticismo clásico en la que imaginaba abarcar todo ese enorme cosmos, pero
bajo la mirada de un ser tan diminuto como yo en comparación… por eso me fui
quedando clavado maravillado por esa bóveda digna de poema.
En la inmensidad incontable de los
luceros, me fijé momentáneamente en una estrella en particular, estaba
francamente separada del resto, y portaba una luz especial, tenía todos los
rasgos de lo femenino y tras unas horas contemplándola solo a ella, creí ver
una forma de mujer, de alguna manera me hacía parecer participe de su encanto y
parecía conservar una antigua y perdida pureza, aquello me atrajo
misteriosamente, y como digo, me tire tres horas mirándola solo a ella. Daba la
sensación que me hablaba, que me pedía ayuda, y un dialogo inexplicable se dio
entre nosotros, profundo e insondable para nadie más, único en la tierra,
reflejo de nuestra alma.
Las
demás estrellas parecían amenazar con devorarla en las más despiadadas leyes
cósmicas, y yo impotente lloraba inconteniblemente de ver a esa compañera de
sueños y realidad ser asediada por fuegos hercúleos, todo mi corazón se
estremecía de gozo al escuchar su misteriosa voz, y esta vez parecía pedir en
su silencio ayuda y amor…
Todas mis parcelas de pensamiento se
concentraron en una sola, en la experiencia de tres horas en la que una chispa
de seducción y amor nacieron para la infinitud. Todos mis conflictos parecían
aflojarse de mi espíritu como cadenas a punto de caer.
Poco a poco pude contemplar como ese astro
enamorado se transportaba hacia el noroeste hasta ensamblarse en un grupo de
estrellas, juntas formaron una nueva constelación gloriosa y brillante
Sentí pena y agobio porque aquello parecía
el final de la experiencia, estuve sentado una hora más… ya quedaba poco para
el amanecer, y ya pensaba en que tendría que deshacer todo el camino
emprendido, cuando entonces, alzando de nuevo mi cabeza al cielo, vi como la
estrella se hacía cada vez más brillante. Llegue a pensar en una explosión,
hace varios millones de años luz, pero carecía de sentido en su conjunto, no
podía ser así, mi alma acogió ese momento abriéndose de su inseguridad. La
estrella se hacía cada vez más brillante y con gran asombro, una esfera
luminosa descendía del cielo… ¡hasta llegar a un palmo de mis narices!, la
esfera se deshizo y una mujer de aspecto muy humano me miro cálidamente a los
ojos, llevaba un maletín en la mano y con una sonrisa limpia y acogedora me
indicó su deseo de quedarse en mi mundo, de atender mis heridas, de regalarme
su amor.
En ese momento amaneció la aurora
Te
quiero es la palabra sagrada que allí en la aurora amanecerá
Conflicto
es la llave que perturba a jardines de un cielo más allá
Almas
destinadas mismo lugar
Sueños
abruptos desean hogar
Te
quiero es la palabra sagrada que allí en la aurora amanecerá
Cuerpos
desnudos vestidos de mar
Mitades
sedientas monte de paz
Te
quiero es la palabra sagrada que allí en la aurora amanecerá
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